Como en casa…

Como en casa…
27 mayo, 2014 Sheila Curiel
Se encienden los motores y la maquina coge velocidad de vertigo. Pronto dejamos de tocar el suelo para comenzar a volar hacia mi nueva aventura.
Aún no salgo de mi asombro al pensar en como, por fin, estoy sentada en la fila 8 de ese avión que me lleva un poco más cerca del sueño. Los aviones deberían ir más deprisa, 8 horas es demasiado tiempo. Escuchar música, ver películas, dar paseos… Hacer cola para el baño… Si, es demasiado tiempo de espera. Y cuando tu mente está ocupada pensando en que no ves el momento de llegar, de empezar a hacer todas esas cosas que se pasan cada día por tu mente es aún peor, el tiempo se ralentiza y los nervios se multiplican.
Y entonces…
Ya estamos en el JFK de Nueva York. Aún lo recuerdo y se me pone un nudo en el estomago. Esa sensación de que ya estás, has llegado. Bajas del avión y piensas que seguro que la espera ha merecido la pena y aquello que dicen de que todo llega, es verdad.
Tu boca esboza una sonrisa cómplice de tus pensamientos y te das cuenta de que estás despierta y de que lo que parecía un sueño, ahora es una realidad. Te sientes como en casa y comienza la aventura…
Tengo que reconocer que la primera semana fue dura. La gente que ya está aquí, sabe como es llegar a una ciudad donde todo es nuevo y no conoces apenas a nadie. No puedo estar más agradecida a los que han estado ahí para mi. A pesar de esto, estar en casa ajena, por muy bien que te traten, no es lo más cómodo. Invades su espacio y todos necesitamos nuestro espacio, aunque sea para quedarte mirando al techo pensando en toda la gente que echas de menos.
Necesitaba encontrar mi lugar.
Después de unos días de buscar, deliberar y realizar la difícil tarea de encontrar una habitación decente en Nueva York, gracias a un nuevo amigo, encuentro habitación. Una pareja de Valencianos que vive en Harlem, con un compañero de piso canino de lo más peculiar llamado Pancho, tienen una habitación libre.
Para empezar me parece una opción más que aceptable, genial diría yo. Mi inglés, a día de hoy, no es una maravilla. Espero que sea por poco tiempo, pero mientras tanto…
Llevo poco más de una semana aquí y cuando camino por Manhattan, todavía me quedo embobada mirando hacia arriba buscando el final de los edificios, o perdiéndome en los jardines y parques. Es alucinante que una cuidad tan civilizada tenga tanto verde. Tanto que incluso te permita perderte.
Mi mente está colapsada con ideas, tareas y cosas que quiero hacer y ver. Estar sola deja tiempo para pensar en todo, a veces incluso demasiado. Tengo la sensación de que el tiempo se escapa de entre mis dedos, pero luego paro, respiro y pienso… Acabo de llegar, tengo que ir poco a poco y tener paciencia. Sin prisa, pero sin pausa.
Lo que más me alucina de esta ciudad es la cantidad de gente diferente que habita en sus calles. Y toda aquella que puedes llegar a conocer. Se conoce gente todos los días, aquí cualquier sitio es bueno para un “¿qué tal?». Gente sorprendente, y en ocasiones peculiar, con la que creas un bonito vínculo, por que todo aquel que viene a Nueva York tiene una historia. Las hay de todo tipo, desde una bonita historia de amor hasta un intento de triunfar en el mundo de la música, pasando por un sueño de trabajar en las mejores revistas de moda o un tipo con suerte al que le tocó una Green Card.  Gente solitaria y soñadora que te abre su alma y te cuenta su historia esperando después poder escuchar la tuya.
Y lo curioso de todas esas historias es que la mayoría empieza de la misma manera “Siempre he estado enamorado de esta ciudad y cuando la conocí, supe que volvería…»
Y aquí estamos todos, enamorados de una ciudad plagada de rascacielos donde hay millones de oportunidades y a su vez una cantidad desmesurada de personas esperando encontrarlas.
Yo, de momento, voy a por todas.